Por María de la Luz.
Volando en zigzag iba despacio. Contrastaba su color rojo vivo con el hermoso azul del espléndido cielo de aquel soleado día. Apenas soplaba una brisa suave que lo empujaba hacia adelante siempre. Un silencio profundo dejaba oír los pasos del niño que corría entre los escombros tras de él, con la intención de ayudarlo a escapar. Había tomado la decisión de liberarlo aunque eso significara correr un gran riesgo, el rictus de desolación que marcaba su rostro infantil desde hacía mucho tiempo iba desdibujando la sonrisa que causaba tal proeza. Al oír la detonación el niño se tapó los oídos y comenzó a llorar. La tregua había terminado. Un incontrolable temblor comenzó a sacudir su pequeña humanidad y con voz estremecida gritó:
—¡Huye amigo, escapa de aquí que ellos no saben jugar!
El globo se alejó y tras un gran resplandor en el cielo desapareció. El niño cabizbajo regresó convencido de que había salvado a su amigo y entristecido porque ya no tendría con quien jugar, mientras las ráfagas de fuego desvanecían el hermoso azul del espléndido cielo de aquel soleado día y aniquilaban los sueños infantiles de aquella zona marcada para hacer la guerra.
