Noticias Tenerife Las abejas se mueren y por fin conocemos al culpable

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Las abejas se mueren y por fin conocemos al culpable

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Este artículo de Santiago Campillo forma parte de una programación estival sobre cuestiones de ciencia divulgativa que la Consejería de Economía, Industria, Comercio y Conocimiento del Gobierno de Canarias -a través de la Agencia Canaria de Investigación, Innovación y Sociedad de la Información- publica en su web de Ciencia Canaria.

Los científicos llevan años buscando respuestas a un hecho horroroso: estamos perdiendo a nuestras abejas. Desde hace unas décadas se aprecia un descenso continuado del número y de la salud de estos insectos. Esta no es una cuestión baladí ya que las abejas son una pieza central e imprescindible en nuestro mundo: las necesitamos para poder producir y mantener los ecosistemas que nos rodean. Sin ellas no sabemos cómo cambiaría el mundo, pero tenemos claro que el impacto sería devastador.

¿Qué le pasa a las abejas?

Muchas han sido las hipótesis que tratan de responder a esta terrible pregunta: ¿qué les pasa a las abejas? Se han analizado los tubos digestivos, la composición de su hemolinfa, las propiedades anatómicas… sin ningún resultado claro. Pero las abejas se mueren. En los últimos quince años la pérdida masiva de colonias de abejas ha afectado a diversos países, entre ellos España. El fenómeno ha sido tan importante que ha levantado la alarma de entomólogos, biólogos, ecólogos y otros profesionales preocupados por la biodiversidad. También ha despertado el recelo de apicultores e, incluso, agricultores. Algo le está pasando a las abejas. Incluso cuando una colmena se dispone nueva en un lugar apropiado, a veces esta pierde a todos sus miembros al llegar el invierno.

¿A qué podría deberse la muerte de estos animales? Entre las ideas barajadas están la presencia de un letal hongo, virus y otras enfermedades; también se encuentra la presencia de problemas genéticos; por último, están los plaguicidas, una de las cuestiones que parece más obvia. Estos son relativamente fáciles de encontrar en el cadáver de una abeja. Pero hasta ahora no había sido posible encontrar la principal razón de la pérdida tan abrumadora de estos insectos. Por fin tenemos una hipótesis coherente con lo que parece ocurrir.

Neonicotinoides, los culpables

Según un reciente estudio, que continúa la línea de investigación iniciada hace mucho tiempo, uno de los protagonistas de este fenómeno es un insecticida conocido como neonicotinoides. Los neonicotinoides son sustancias sintéticas que actúan en el sistema nervioso central de los insectos y, con menor toxicidad, en vertebrados. Por esta razón, se consideran insecticidas selectivos, de actuación controlada que permite proteger a las plantas contra plagas. Estas sustancias actúan de forma parecida a como lo hace la nicotina en los insectos, causándole parálisis y la muerte en pocas horas. Para ello, los neonicotinoides bloquean una ruta neuronal específica presente en los insectos y no en otros animales. Por ello se consideran insecticidas selectivos.

Por supuesto, nadie aplica estos insecticidas con intención de matar a las abejas. Sin embargo, por su aplicación, estos pequeños animales se ven contaminados al libar las flores. Los neonicotinoides son sustancias sistémicas que se extienden por toda la planta y permanecen en ella muchísimo tiempo. Entonces, la protección intencionada que se aplica a tallos y hojas, llega a las flores, donde, a pesar de que pase un periodo prolongado, terminan por afectar a las abejas. Además, algunos de ellos son muy solubles en agua, por lo que esta sustancia acaba por llegar arrastrada a otras plantas más allá de los cultivos, afectando cada vez a más y más abejas.

¿Y qué ocurre con estas? Según el estudio, el insecticida no sólo produce la muerte instantánea de estos voladores. En realidad, su efecto es mucho más lento y destructivo pues provoca que la colonia se debilite, creando más susceptibilidad a las enfermedades: los hongos, los parásitos o, incluso, otras sustancias químicas afectan más fácilmente a la colmena. A medida que se van perdiendo obreras, la colmena se vuelve más y más débil. Finalmente, esta no es capaz de sobrevivir a los peores momentos del año. Aunque en algunos países su uso está enormemente restringido, lo cierto es que el impacto de los neonicotinoides podría ser mucho peor de lo que esperamos, llegando a permanecer en el medio ambiente durante años a pesar de haberlo dejado de utilizar mucho tiempo atrás.

Un mundo sin abejas

Ahora imaginemos que comenzamos a perder más y más abejas, hasta casi perderlas por completo, ¿cómo cambiaría el mundo? Como decíamos, las consecuencias serían negativas desde cualquier punto de vista. La Agencia Europea de Seguridad Alimentaria, la EFSA, reunió en un informe algunos de los hechos más inquietantes sobre la desaparición de las abejas. Por ejemplo, si tenemos en cuenta que de cien de las especies que proporcionan el 90% de los alimentos que consumimos, setenta y una son polinizadas por las abejas, esto nos da una aterradora idea. Porque con la pérdida de estos insectos, también perderíamos billones en producción, lo que impediría la alimentación de millones de personas. Por otro lado, también observaríamos una pérdida drástica de biodiversidad. Esto se debe a que, precisamente, las abejas son responsables de permitir la continuidad en cientos o miles de especies naturales.

Con la pérdida de biodiversidad también se pone en peligro la calidad de las especies que cohabitan un lugar. Eso incluye a la especie humana. Esto se ve claramente si tenemos en cuenta que perder a las abejas supone perder alimentos, en cantidad y calidad, como decíamos. Pero también en la pérdida de fármacos y materiales útiles. Y muchas cosas más. Por supuesto, existen otros polinizadores que podrían sustituir, en cierta medida, el papel de las abejas. Pero estos a su vez también se ven afectados por los nicotinoides. Además, ninguna especie está tan adaptada a nuestras necesidades ya que las abejas han sido domesticadas desde hace milenios. Es difícil entender la catástrofe que supondría la pérdida de una especie tan importante para nosotros (y el resto de especies), pero está claro que es algo que no podemos permitir que ocurra.

 

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