El propio Ministerio de Sanidad del Gobierno de España especifica que “la atención de urgencia es aquella que se presta al paciente en los casos en que su situación clínica obliga a una atención sanitaria inmediata. Se dispensará tanto en centros sanitarios como fuera de ellos, incluyendo el domicilio del paciente y la atención in situ, durante las 24 horas del día, mediante la atención médica y de enfermería y con la colaboración de otros profesionales”, es decir, se atiende al paciente en los casos en que su situación clínica obliga a un cuidado sanitario rápido. Los servicios de urgencias tienen como misión la atención sanitaria urgente en el tiempo adecuado, con los recursos técnicos y humanos proporcionales para satisfacer las necesidades de cada momento. Es verdad que la realidad supera a la teoría casi diariamente, porque lo normal es que estén saturados, funcionando por encima de sus capacidades, tanto técnicas, como humanas o profesionales.
Haciendo un parangón con la problemática que afecta a la vivienda, diríamos que estamos también en una situación similar, acuciante, padeciendo la misma escasez de recursos, sin poder remediar la falta de vivienda de una manera satisfactoria, ágil y dinámica. Las promesas incumplidas durante tantos años sobre el particular, por parte de todos los gobiernos, tanto central, autonómico como local, donde cada cierto tiempo, por no decir todos los días, se anunciaban programas o planes, cada cual más estratosférico, donde se declaraba la construcción, no de cientos, sino de miles de viviendas, se han quedado, reiteradamente en el tintero o mejor dicho, en la noticia publicitaria que sale un día en los medios de comunicación y al siguiente se olvida para prometer otra cosa, que por lo general tampoco se cumple.
Aquellos países que gozan de una economía de mercado verdadera, con una libertad económica, donde la oferta y la demanda imponen sus criterios, cuentan con una mayor capacidad para afrontar un mejor bienestar social. Ya sabemos que no es la panacea, remedio o solución general para cualquier mal. El mercado, aunque imperfectamente y no al gusto de todos, funciona. Es más confiable, certeramente, que la intromisión pública hasta dentro de las casas u hogares familiares. Porque el intervencionismo estatal, que sólo debería ser subsidiario en casos muy concretos a la iniciativa privada, lleva a la escasez y por consiguiente a la pobreza generalizada.
No solamente la historia lo demuestra, sino que la objetividad actual, también lo refleja manifiestamente en muchos países, donde el control estatal es asfixiante y no deja capacidad ni espacio para respirar, a saber, para vivir dignamente, a no ser a la élite dirigente que si es manifiestamente aprovechadora de esa fiscalización omnipresente, para ser esa minoría selecta y rectora, que no sólo quiere dominar, en el sentido literal de la palabra, es decir, tener dominio sobre algo o alguien, a la economía, sino que también, pretende hacerse dueña de la conciencia ciudadana, infantilizando, incluso podríamos atrevernos a decir atontando a la entera sociedad, con mucho sentimentalismo, para que siga sus proclamas planificadoras de laboratorio social, adulteradas y con fecha de caducidad pasada de tiempo desde hace muchas décadas.
Dejemos que cada cual asuma responsabilidades, el político hacer de su gestión un servicio público eficiente, no traspasando lo que no sabe ejecutar; el tejido empresarial privado, que es lo suficientemente potente como para asumir con creces sus funciones, haciéndolas bien, mejor y provechosas; a los empresas generar riqueza social, trabajo y hacer funcionar todo el sistema productivo, que lo saben hacer muy bien; a la Administración Pública nada más que pedirle poquito, basta con que no estorbe. Óscar Izquierdo.