El director belga Olivier Jourdain presenta un documental sobre la transmisión de la idea de la eyaculación femenina que fascina y cuestiona la sexualidad del público.
El documental de Olivier Jourdain L’eau sacrée –agua sagrada– (55’/2016/Bélgica) se estrena dentro de dos semanas en las salas de cines de Bélgica y ha causado ya un revuelo extraordinario. Cerca de un centenar de militantes feministas se encontraron con él en la rueda de prensa en la que anunció la presentación de su película en la sala y emigrantes ruandeses residentes en el país europeo se han organizado para comprar todas las entradas para la sesión.
“Está generando un debate muy interesante”, dice Jourdain en el Festival y Mercado Internacional de Cine Documental de Guía de Isora MiradasDoc. Su película concurre al concurso internacional al mejor largometraje documental en la undécima edición del festival, que se celebra hasta el próximo 4 de febrero en el pueblo del sur de Tenerife. “En la rueda de prensa tuvimos un buen debate con las feministas, todo salió muy bien y fue divertido”, dice, y espera que el encuentro de L’eau sacrée con el público ruandés en Bélgica genere ricas conversaciones.
Precisamente, esa agua sagrada, la de la eyaculación femenina, forma parte de la cultura ruandesa como un mito que se transmite por tradición oral de generación a generación, aunque nunca de madres a hijos. Son otras mujeres, no las madres, quienes transmiten a sus hijos en qué consiste ese mito y cuáles son las prácticas que permiten a las ruandesas disfrutar plenamente de su sexualidad.
Jourdain conoció la existencia del agua sagrada en Ruanda en 2009 y pasó cuatro años documentándose e investigando en los libros. En 2013 viajó tres veces durante tres meses al país africano, no para filmar, algo que hizo al final de una sola vez, sino con la intención de mezclarse con la gente, conocerla y hablar del asunto. Para conseguirlo cada vez que se instalaba en el país se dedicaba a trabajos que no eran el suyo de cineasta. Así contactó con las personas que le hablaron de algo que circula por vías poco usuales, entre ellas, una emisora de radio.
Para un hombre blanco europeo fue algo aventurado lanzarse a esta investigación, pero también fue una ventaja, porque incluso en alguna ocasión algunos de sus traductores tenían que salir de la sala: no era el momento de que ellos tuvieran acceso a la transmisión del misterio.
Jourdain quería investigar sobre una cuestión que le llamó la atención y picó su curiosidad, pero también, como cineasta belga, fue muy importante para él hacer una película en la que se acaba con los prejuicios sobre Ruanda en torno al genocidio: “Quería mostrar que los ruandeses son gente muy divertida y alegre; cuando pensamos en Ruanda pensamos en el genocidio y decidí no hablar de esto, me quedé fascinado y quise compartir esta fascinación desde un punto de vista humanista”. El resultado es “una película amable y divertida, que en el público europeo tiene el efecto curioso de servirle de espejo para cuestionarse su propia sexualidad”.