Resulta que estamos viviendo la campaña electoral más engañosa de cuantas se han celebrado desde el comienzo de la Transición. Creemos, que se han sobrepasado todos los limites aguantables, de lo que una persona o sociedad puede creer de manera veraz. En todas, siempre ha existido mucho componente de ofertas, de las más variadas posibles.
Unas lógicas, otras incomprensibles y siendo benévolos, la gran mayoría, poco creíbles, con algunos ofrecimientos sorprendentes, porque los hacen, por un lado, quienes han estado gobernando y en toda la Legislatura no han hecho lo que proponen en estos días a última hora, con tanto entusiasmo.
Casi siempre, suelen utilizar la estratagema de que no han tenido tiempo de aplicar sus programas y que, por eso, necesitan seguir en el poder, para concluir o comenzar lo que ya dijeron hace cuatro años, en algunos casos, ni se acuerdan de cuestiones que plantearon en su día y que no han ejecutado.
Por otro lado, nos encontramos con los que han padecido el frio de estar en la oposición, porque han estado calladitos hasta hace poco más de un mes, que de repente han salido de la hibernación, poniéndose el traje de faena y apareciendo como prestidigitadores de trucos de magia.
Tanto monta, monta tanto, porque ambos bandos, siguen las mismas estrategias, diferenciándose sólo, por colores, ideologías o personalismos. No cabe duda, de que las muchas proposiciones, disminuyen la confianza. Ya nuestro admirado escritor Francisco de Quevedo señalaba atinadamente que, “nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir”.
Si nos disfrazamos de ciudadanos ingenuos o candorosos, proponiéndonos, admitir, aceptar o más llanamente, tragar, cuanto vemos y escuchamos de los distintos candidatos o partidos políticos, no cabe duda de que nos entraría una euforia emocional, que acabaría con muchas de nuestras dolencias, no sólo físicas, sino psicológicas. Vamos a intentarlo.
Que mundo tan feliz, sería posible, si todo se cumpliera, como una normalidad más de nuestra convivencia. Cuanto ganaría la política, como una de las actividades más nobles de la existencia humana, cuando se viva concibiéndola como servicio público, como debería ser.
Los políticos, tendrían que quitarse las vendas de sus ojos, así como la superioridad ética que se autoimponen, con la innata manía de implantar su ideología a los demás, para dejar de ver a la ciudadanía, como un conjunto de personas anónimas, que no tienen criterio propio, donde hay que guiarles cual rebaño incontrolado, sumiso y dependiente. O lo que es peor, como niños o niñas de pecho, que necesitan unos guiadores paternales, que precisamente son ellos, porque saben más, son más listos, inteligentes y suficientemente guapos o guapas, para que no tropecemos y podamos hacernos daño.
Ya nos lo ponen muy difícil, durante el tiempo ordinario, donde más que solucionar problemas, en la mayoría de los casos los provocan, mantienen y pudren. Ahora en campaña electoral, es que son increíbles, casi nadie les hace caso.
Los que van a sus reuniones son sus prosélitos, burócratas del partido correspondiente o familiares de los candidatos y algún despistado, que si hay algo de comida o bebida se apunta gratuitamente.
Los que tenemos la obligación profesional de escucharlos, para saber las propuestas que nos proponen sectorialmente, los oímos atentamente por educación y cierto interés, que se va disipando, a medida que la reunión continua, al comprobar, que no hay nada nuevo bajo el sol.
Siempre la misma liturgia, hablando temas repetitivos durante décadas. Dentro de poco escucharemos, otra vez más, la famosa frase “las elecciones y el voto son la fiesta de la democracia”. Sin duda, los niños se portan mejor. Oscar Izquierdo, Presidente de FEPECO.