Rescatar las historias de las mujeres que se quedaron en Canarias cuando sus maridos migraron a Cuba a principios del siglo XX y conocer qué pasó con los hombres que se desplazaron allí es el objetivo del proyecto Mujeres de sal, hombres de humo, el primer trabajo audiovisual de la grancanaria Iris Carballo Déniz.
Natural de Arucas, esta investigadora presenta estos días esta propuesta con perspectiva de género en la muestra de cine de realidad Afrolatam, que se desarrolla hasta este viernes en Guía de Isora (Tenerife), para conseguir recursos y financiación para el rodaje a ambos lados del Atlántico.
¿Cómo podrías contar brevemente lo que te encontraste sobre las mujeres en este lado del Atlántico?
Ha sido un poco complicado, es un tema bastante sensible. No es fácil decir que tu padre se fue y abandonó a la familia, que nunca volvió. No es fácil de reconocer. A veces en la investigación te cuentan una historia, que él se fue, que no volvió nunca, que se enteraron de que tenían otra familia, que la mujer se quedó trabajando día y noche quedándose dormida sobre la máquina de coser…Pero también cambian la historia, porque tienen miedo de que la otra familia piense que están poniendo al migrante como el malo. Hay un montón de historias, tanto de las que se quedaron como de las que se fueron. No podían heredar ni sus hijas, por ejemplo, sin el permiso de los maridos.
¿Los que se quedaron allí en Cuba nunca se llegaron a comunicar?
En la comunicación hay varios factores porque era por carta. Muchas familias ya no tuvieron más comunicación, desaparecieron. Ellos se iban huyendo del servicio militar normalmente y Cuba era el segundo mejor lugar del mundo donde se pagaba a los obreros. Pero normalmente eran ellas y sus familias quienes pagaban el pasaje, las que trabajaban cosiendo y reunieron todo el dinero y luego él no volvía. La comunicación era muy difícil.
Te voy a contar una anécdota. Con esta investigación me enteré de que el hermano de mi abuelo se había ido a Cuba, que yo no lo sabía. Él se fue para allá en un barco, el barco se partió llegando a La Habana, cuentan que él llegó en calzoncillos, pudo trabajar en las tabaqueras y consiguió dinero y entonces mandaba revistas a la hermana. De repente, un día dejaron de llegar. Ni cartas, ni revistas ni postales. Nada. La familia estaba preocupada y pasan dos años y llega una carta a la casa de la vecina, en la que se dice que Antonio Déniz acaba de ser padre. La hermana lo escucha, enfadada, porque llevaba dos años sin dar noticias. Pasa el tiempo y se da cuenta de que el cartero de Arucas, que tenía una tienda en La Goleta, rompía las cartas que llegaban de Cuba, se quedaba con las cosas y las vendía en su tienda. Después otros muchos no escribieron porque no les dio la gana o no pudieron.
¿Cómo fue el proceso de investigación?
Todo fue por un viaje por Latinoamérica. Estaba de mochilera y en México encontré una agencia de viajes con un pasaje para Cuba muy barato. Lo compro y me voy. Cuando llegué a Cuba, me quedé a dormir en una plaza y me habían robado algunas cosas cuando desperté. Entonces fui a la Asociación Canaria, cual inmigrante cuando llega a Cuba. Allí me acogieron muy bien y conocí a un cubano que se enteró de que tenía familia en Canarias cuando su abuelo murió. Y pensé: si este hombre se enteró de eso, hubo una familia que se quedó en Canarias esperando por él. Y así empecé a rumiar esta idea. Luego seguí por Latinoamérica y me fui encontrando la huella de los canarios por todo el continente.
En Canarias empecé a investigar. Empecé con las mujeres de Arucas y empecé a sacar un montón de historias. Contacté con historiadores para ver de qué manera me podía informar y me dijeron que no había nada escrito en la historia de Canarias sobre las mujeres que se quedaron esperando por los que se fueron a Cuba. Hay escritos sobre Venezuela, pero es la primera vez que se va a dar voz a las mujeres que se quedaron.
También llevé las historias a los institutos para que participaran, haciendo cortometrajes, obras de teatro…y ahora tengo un montón de historias y me siento responsable. Me llama gente llorando, contándome la historia de su abuela. Al final es también un trabajo emocional, porque estás ayudando a cerrar una herida, una puerta, que la abuela no terminó de cerrar.