Por María de la Luz.
He de confesar que la gente cree que estoy un poco loca o peor aún que soy bruja, ya que desde que nací una serie de sucesos considerados mágicos por mí pero extraños por los demás, han marcado mi existencia. Mi abuelita solía decirme cuando era pequeña, que no hiciera caso de los comentarios ya que la gente solía ser muy aburrida y limitada y esto no les permitía ver las maravillas del universo y menos aún poseerlas, como había aprendido a hacerlo yo con la sabia enseñanza de mi querida abuela. Así que yo que me aferro a estos argumentos tan convincentes, vivo feliz pidiéndole al universo según lo he aprendido, lo que se me antoja. A continuación les cuento como mi vecina Pepita que no dejaba de vigilarme a través de la ventana de su cocina, fue testigo del maravilloso regalo que me hizo cierto día, el cielo. Resulta que estando yo en una apacible tarde, absorta en la escritura del diario de mis sueños, escuché un extraño ruido afuera. Las cortinas se movieron y mi gato Anastasio se metió debajo del sofá. Un gran resplandor invadió la cocina. Sentí un viento cálido y mi cabello se llenó de escarcha azul. Sonreí y pensé que por fin tenía la mía. Me asomé al jardín y allí estaba. Tendría que esperar a que su fulgor se apaciguara. Era maravilloso ver todas esas diminutas luces de colores pululando por todo el lugar. Había caído una estrella en mi jardín. Mi pobre vecina Pepita que no salía de su asombro cayó desmayada por la impresión de tal acontecimiento. Yo salí a mi jardín con Anastasio que se repuso del susto rápidamente, y me quedé allí disfrutando del maravilloso espectáculo y agradeciendo al cielo su regalo. Para cuando se apagaron todas las luces y logré llevar mi estrella al cuarto de los regalos ya mi vecina Pepita que me evitaba por todos los medios, contaba a su marido que había tenido un mal sueño y que no era necesario llamar al médico. La pobre, ha sellado la ventana de su cocina y ahora me vigila desde la caseta de su perro que me quiere un montón, y que no pierde oportunidad de escaparse a mi jardín a retozar y juguetear con las luciérnagas.