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Proteger a la infancia para criar adultos sanos

Marta Arocha Correa, senadora por la isla de Tenerife y secretaria de Sanidad, Dependencia y Discapacidad del PSOE Canarias

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Por Marta Arocha | Controlar los contenidos a los que un menor puede acceder en el entorno digital es una tarea titánica, porque Internet no tiene ni horarios ni puertas. Las madres y los padres expresan, y de una forma cada vez más vehemente, una honda preocupación por lo que sus hijos pueden llegar a ver en sus dispositivos. No son pocos los que han hablado conmigo y me han trasladado esa inquietud, dado que ni los que están mejor preparados para guiar a los menores en su relación con la tecnología pueden anticiparse a lo que sus hijos e hijas se encontrarán en la Red.

La facilidad con la que los menores acceden a contenido pornográfico en Internet es pasmosa y alarmante, porque además muchas veces les llega sin ni siquiera buscarlo. Y cada vez más temprano. Cuando apenas tienen un conocimiento muy básico de su propio cuerpo y del concepto de sexualidad (los que lo tienen, dado que en algunas familias se habla más de estos temas, y en otras, menos), se ven bombardeados por imágenes híper explícitas de actos sexuales que, en la mayoría de las ocasiones, incluyen violencia y degradación contra las mujeres. Imaginen el shock en esas cabecitas.

La pornografía no es una alegre representación realista de una actividad lúdica en la que los adultos participan en igualdad de condiciones y placeres. El 88% del contenido sexual que circula en Internet muestra agresiones físicas, sometimiento por la fuerza y la realización de prácticas no consentidas o peligrosas. Uno de cada 4 jóvenes varones menores de 12 años tiene acceso y consume pornografía; la cifra se eleva al 50% de los jóvenes de 15, que ya son consumidores habituales desde su móvil. Cuando a los 15 años tu excitación depende de ver cómo a una mujer se la violenta y humilla, tratándola como a un objeto, tu salud sexual y emocional va camino de un infierno del que te costará salir cuando seas adulto. Porque va in crescendo, los expertos lo dicen y lo repiten: cada vez se necesita material más fuerte para el mismo nivel de excitación, la adicción lo exige. ¿Es eso la base de una sexualidad sana?

Para el Gobierno del PSOE, la protección de los menores en el ámbito digital es una prioridad, y se están dando pasos para que sea más robusta, como el Anteproyecto de Ley Orgánica para la protección de las personas menores de edad en entornos digitales, aprobada en Consejo de Ministros en marzo y que está en trámite en las Cortes. España no está sola en esta preocupación; otros nueve países de la UE han apoyado la iniciativa que lidera nuestro país, junto a Francia y Grecia, para fijar una edad mínima de acceso a las redes y que los fabricantes incorporen herramientas de verificación de edad y control parental en los dispositivos con acceso a Internet.

Defendí recientemente una moción en el Senado para reforzar las actuaciones que lleva a cabo el Gobierno con el fin de impedir que la pornografía siga afectando gravemente el cerebro de los jóvenes, no sólo controlando su acceso sino con más educación afectivo – sexual y campañas de sensibilización para familias y educadores. Contó con el voto en contra, oh sorpresa, de PP y Vox, tan preocupados siempre por lo que uno hace en la intimidad de su cuarto, tan preocupados siempre por los niños y las niñas, pero incapaces de dar apoyo a medidas encaminadas a evitar que consuman un contenido violento que les destroza su capacidad de crear y sostener relaciones sanas y satisfactorias en la etapa adulta.

La pornografía normaliza desigualdades en sus versiones más brutales. Manda a los chicos el mensaje de que la violencia sexual es el canon, lo que les gusta a ellas, nada se pregunta, nada se habla; a las chicas se les dice que eso es lo que deben disfrutar, que no tienen opinión ni agencia en su propio placer. Súmenle a eso los cánones físicos irreales y la frustración que crean: esos hombres que nunca fallan y duran horas, esas mujeres barbies, lampiñas del cuello a los pies, siempre dispuestas.

El sexo real no tiene nada que ver con eso. La pornografía priva a nuestros jóvenes de realizar por sí mismos y por sí mismas uno de los viajes de exploración más fascinantes de nuestras vidas. Si queremos adultos sanos y una sociedad más igualitaria y justa, es imprescindible que actuemos ya para que la pornografía deje de gangrenar las mentes y los corazones de nuestra juventud.

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