Si hay una característica que identifica al pueblo canario, además históricamente, es que ha sido fundamentalmente emigrante, buscando salidas económicas fuera de nuestra tierra a situaciones cruciales de crisis del monocultivo de turno, que dejaba de ser rentable en su época de producción, provocando entonces un éxodo masivo hacia el exterior, con el fin de poder cubrir las necesidades básicas personales o familiares, que incluso llegaban a la hambruna.
Creo aventurarme a decir, con cierta razón, que no hay ninguna familia canaria que no haya tenido o tenga parentela, cercana o más lejana en el tiempo, que esté dentro de esta característica definitoria del ser nuestra condición isleña en el Atlántico medio. Países como Australia, Holanda, Alemania, Gran Bretaña o Argentina, han sido destinos periféricos, pero donde verdaderamente se ha concentrado la emigración ha sido a principios del siglo XX a Cuba y a partir de la década de los 50, especialmente a Venezuela, incluso denominada en su tiempo la “octava isla”, que ahora con la nomenclatura incorporada de La Graciosa, pues ya ha perdido su valor numérico, pero de ninguna manera el sentimental, cariñoso y de arraigo popular. Todo lo que sucede en Venezuela nos interesa sobre manera y nos afecta emocionalmente.
Las recientes elecciones presidenciales y lo que ha venido después, con unos resultados oficiales más que sospechosos de ser ciertos, parece ser que un pucherazo en toda regla, es decir, un fraude electoral consistente en alterar el resultado del escrutinio de los votos, queda discutido tanto por la oposición interna, como por las reacciones internacionales al respecto, es más, puestos en duda públicamente por dirigentes de la propia izquierda Iberoamericana, como es el caso del presidente de Brasil Lula da Silva, el expresidente argentino Alberto Fernández y el más belicoso al respecto, el presidente de Chile Gabriel Boric, de ninguna manera sospechoso, que manifestó textualmente que “el régimen de Maduro debe entender que los resultados que publica son difíciles de creer”.
Experiencias hay por todo el mundo, no es nada nuevo. La historia, allí donde se ha dado el caso, siempre ha enseñado palpablemente, que los populistas y los comunistas, cuando han tenido acceso al poder, lo acaparan, adoran e idolatran de tal manera, que nunca lo dejan por unos resultados de unas elecciones con los mínimos estándares democráticos exigidos, sólo se da el caso, cuando se produce una intervención del propio ejército o por revueltas sociales, donde los ciudadanos hacen valer en la calle el poder del pueblo, echando del Palacio del Gobierno, al sátrapa, caudillo o tirano de turno.
Melodramáticos dos políticos españoles, por un lado, el expresidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, que estuvo como observador en el país caribeño, pero no vio nada, de antemano ya tenía los resultados del vencedor en su cabeza, que parece que no da para mucho, por la experiencia de gobierno que tuvo en nuestro país y como lo dejó, que más vale olvidarlo, el otro, se trata del tal Juan Carlos Monedero, ideólogo del chavismo y de Podemos, que por cierto, ahí están los fracasados resultados de su trabajo, que en un vídeo que se ha hecho viral en las redes sociales, se le puede ver bailando detrás de Maduro en un mitin, exclamando en un frenesí fanático “maravilloso” “maravilloso”.
Dos representantes patéticos de una progresía intolerante, representativa fiel del pensamiento único, despótico, globalista y sandía, verde por fuera y rojo por dentro, que así es como se presentan ahora los otrora llamados comunistas, intentando pasar disimulados por ecologistas, cosa más propia de la Ínsula de Barataria del gobernador Sancho Panza. Oscar Izquierdo.