Literalmente nos lleva a lo más sencillo, más fácil o menos complicado de algo, además de adelantar plazos, dando mayor seguridad jurídica, porque todo es más diáfano, clarividente y consecuentemente, evidente.
Por otro lado, no cabe duda de que la complejidad, en muchos asuntos, nos rodea o envuelve. Sería ingenuo o infantil no advertirlo, pero eso no significa que tengamos que entrar en un bucle de madeja que lo embrolla absolutamente todo para salir de esa situación engorrosa.
Si a los problemas, le añadimos más dificultades con el fin de buscar salidas airosas, las garantías de solucionarlos son escasas. Precisamente es oportuno hacer lo contrario, buscar lo asequible, que generalmente es lo elemental y por ese motivo, precisamente, en la mayoría de las ocasiones pasa inadvertido.
Lo indudable no puede soslayarse, al contrario, hay que rendirse a su existencia, pero no con resignación, más de una vez he escrito que esa palabra es para los que se sienten perdedores, pusilánimes o gandules. Hay que ganarle la batalla, porque en lo natural y directo se encuentra el fin deseado.
Hay que tener ánimo y valor para tomar decisiones o afrontar situaciones comprometidas, lo antónimo es la cobardía, el miedo personificado y el encogimiento para atrapar decisiones en el momento oportuno, en el sitio adecuado y en la ocasión que se muestra apropiada.
Aquí está el quid del asunto que es menester poner sobre el debate, sosegado y enriquecedor, a saber, la simplificación de las Administraciones Públicas, que por cierto, lleva aparejada una modernización, no sólo en cuanto a la tenencia de medios materiales, que es importante en sí mismo, sino quizás un más que significativo cambio legislativo que actualice sus funciones, así como los métodos laborales, no sólo quedándose en la incorporación del teletrabajo, sino en una productividad medible y como consecuencia cuantificable, aportando además, otros procedimientos que desinflen lo engorroso de su funcionamiento diario, que debería ser ágil, dinámico y fructuoso, como servicio público que es en su propia esencia y en cambio es molesto, fastidioso y enredado, convertida en una verdadera pesadilla para el ciudadano y el funcionamiento normalizado del sistema productivo.
Hay que introducir reformas urgentes, porque se ha perdido mucho tiempo, aceptando como si fuera imposible cualquier cambio, una situación de incompetencia generalizada, que se da por acostumbrada y como consecuencia habitual, con un conformismo aberrante, además de vergonzante, de quienes tienen que tomar decisiones y son incapaces por los motivos que ellos sabrán, pero que todos suponemos, provenientes del pavor que les causa enfrentarse a una Función Pública empoderada, donde hay detrás muchos votos, sindicatos y huelgas ruidosas por fuera de sus despachos.
Los políticos, cuando están ejerciendo el poder como gestores públicos, son los primeros que sufren la inutilidad de una burocracia crecida en sus teóricas funciones, pero que después y es lo paradójico del asunto, no es capaz de poner en práctica.
Muchos empleados públicos son verdaderos señores, cuales medievales, que usurpan un territorio, en este caso unas competencias, que las hacen madurar o pudrir según su atinado o equivocado parecer, sin que nadie, ni nada, los obligue en la materialidad empírica.
Para ser más claro, hacen, deshacen u omiten lo que les da la gana, así de verdadero y sarcástico, a saber, una burla con una ironía mordaz y cruel que ofende y maltrata al administrado.
Sólo pedimos eficiencia, como en cualquier trabajo, adoptando medidas como eliminar duplicidades con mayor cooperación interadministrativa, sin celos ni rencillas profesionales o personales; una tramitación ágil de los expedientes, que no es mucho pedir, sino lo que hay que hacer, revisando el marco normativo. Óscar Izquierdo.