Asistimos a un verdadero fenómeno experimental en la comunicación de propuestas, planes o agendas planificadoras, en cualquier entorno a corto o largo plazo, en el ámbito político. La información fluye en departamentos estancos, donde cada uno tiene una temporada de vigencia, más larga o corta, según los intereses de los proponentes, donde sale a la palestra un asunto determinado, que es tratado desde todos lados, en cualquier lugar, con la participación recurrente de los partidos políticos, porque ninguno quiere quedarse fuera de la moda del instante, haciéndolo un tema único de debate, ya que hablar de dialogo es una quimera.
Hay opiniones para todos los gustos y colores, se desgañitan cada uno defendiendo sus posicionamientos maximalistas, no sólo desdeñando lo que ponen sobre la mesa los demás, sino aprovechando la oportunidad para desacreditar, personal o corporativamente al otro, al diferente, al que piensa contrario, al rival, en fin, al enemigo, porque aunque parezca fuerte, así es como se tratan, en una contienda o guerra dialéctica permanente, sin cansancio ni descanso, es más, sucede lo contrario, todos los días hay que hacer un nuevo anuncio que ponga las brasas a pleno ardor. Por aportar un ejemplo, se acuerdan cuando sólo se hablaba, escribía o se presentaban estudios científicos sobre la peligrosidad para el medio ambiente de los microplásticos, esas partículas con tamaños que varían desde un micrómetro de diámetro hasta cinco milímetros. ¿Hay alguien actualmente que mencione, como antes, esta cuestión de forma reiterada?
Ahora toca discutir sobre la vivienda y el mercado inmobiliario, donde los dos partidos políticos mayoritarios en nuestro país están subidos en una espiral de proposiciones descomunales, cada cual más abultada, que embrolla todo, haciéndolo confuso e inentendible. Saldrán académicos, tertulianos, columnistas, expertos de todo tipo, bagaje o especialidad, donde cada uno pondrá su granito de arena, pero no para hacer una playa, que ya sería un avance, sino para erigir un pedrusco separado y diferenciado de los demás, desde, cual fortaleza, defender sus posicionamientos exclusivos, sin ninguna intención de ceder o escuchar a los demás, diríamos aparentemente que hasta el martirio ideológico.
Todo es más sencillo de lo que parece, para solucionar con certeza el problema de la vivienda, lo primero que habría que hacer, es sacarla del debate o mejor dicho del enfrentamiento político e incorporarlo a la gestión de los profesionales del proceso constructivo, porque como dice el refrán “cada mochuelo a su olivo”, es decir, que uno debe dirigirse a su casa y a lo que sabe hacer, para atender bien sus asuntos. En segundo lugar, implementar una simplificación administrativa asequible a las entendederas de los empleados públicos, para que no tengan que esforzarse mucho en dar interpretaciones personales de la normativa, muy cuestionables en la mayoría de los casos, que después siempre desembocan en el limbo de los tribunales, donde el tiempo se eterniza sin visos de resolución rápida. En tercer lugar, ejecutar con valentía una profunda remodelación y modernización de la Función Pública, incorporando la productividad, medible y cuantificable, tanto en el trabajo presencial como en el siempre angustioso y esforzado teletrabajo de sofá. En cuarto lugar, un cambio radical en la legislación vigente sobre el suelo, que genera inseguridad jurídica y retrasa enormemente los desarrollos urbanísticos. Desde el sector de la construcción estamos pidiendo un pacto de Estado para desbloquear, los obstáculos, internos o externos, como un primer paso resolutivo para enfrentarse con posibilidades de éxito al problema de vivienda.
Por último, colaboración público-privada, tan manida, pero escasamente instrumentalizada, donde se aprovecharía el valioso tejido empresarial privado, que es capaz, porque lo evidente no necesita explicación. Óscar Izquierdo.
