Estar todos desperdigados, es decir, separados y esparcidos, sin contacto, con nulo diálogo ni cooperación alguna, lleva inevitablemente al colapso de la acción emprendedora. Paraliza las iniciativas que hay que tomar y inevitablemente la resolución de los problemas, asuntos o expedientes a resolver. Es el caos programado anticipado y conscientemente.
Además, significa el fracaso de la concordia y la huida del consenso, como remedios infalibles de la eficacia. Por el contrario, la unión es la que genera la fuerza del cambio resolutivo. Es aportadora de beneficios, poniendo solidaridad y por encima de todo, apoyo, que borran las diferencias y aúnan voluntades.
Insistimos escribiendo sobre la solución de la vivienda, porque es negativo denominarla como un problema, de esa manera vemos que la tratan como si estuviera en el lado oscuro de la luna, lo plantean de forma peyorativa y demuestra una vez más, que las diferencias en cuanto a su remedio son insalvables, precisamente por las disconformidades de los distintos agentes que intervienen en todo el proceso constructivo edificatorio, tanto públicos, como privados.
Urgentemente hay que cambiar el paradigma, ahí es donde puede estar el origen o arreglo de la cuestión. Cuando hay una enfermedad, lo primero que hace el especialista sanitario es buscar el origen primario que la provoca, con el fin de poner los remedios, medicinas o tratamientos oportunos para curar.
A lo mejor no se ha caído en la cuenta, por parte de todos, que nadie con sinceridad, se puede creer libre de culpa, ante las desavenencias continuadas sobre las actuaciones precisas que hay implementar para poner en el mercado el suficiente número de viviendas, tanto públicas como privadas, en propiedad o en alquiler, que demanda angustiosamente la ciudadanía.
Hay que modificar la dinámica de los distintos comportamientos personales, muchas veces egocéntricos y tremendamente vanidosos, dejando de lado textualmente, mejor dicho, tirándolos a la basura e incorporando la capacidad de encuentro, como principio diligente que capitanee el trabajo laborioso que significa todo el proceso constructivo.
Desde los responsables públicos, que tienen que abandonar la mala costumbre de utilizar derechos primarios y en nuestro país constitucional, como es el de la vivienda, como arma arrojadiza en el campo del devenir de la política, que lo distorsiona todo y evita resultados prácticos.
Los empresarios, que tenemos que ser lo suficientemente profesionales como para presentar proyectos adecuados a los tiempos que vivimos y que exigen máxima sostenibilidad y respeto por el medio ambiente, unido al encanto de construcciones hermosas y agraciadas.
Los técnicos, en sus distintas especialidades, que tienen la obligación de presentar al promotor o constructor proyectos verdaderamente finiquitados, con todos los requisitos exigidos por la normativa vigente y avalados por el respectivo código deontológico que les corresponda, presidiendo así una labor impecable que de suyo no debería tener ningún inconveniente en su tramitación burocrática.
Los empleados públicos de los cuales muchos deberían evolucionar, dejando la rutina inmovilizadora, por la experiencia enriquecedora, aportando empatía con los administrados, porque es su obligación como función y servicio público, con un atendimiento rápido, proactivo y dinámico, que lleva implícito ganas por resolver y no por fastidiar, que al final significa enfadar, disgustar o ser molesto a alguien, cosa totalmente rechazable, no sólo profesional, sino humanamente.
Se trata de establecer sinergias, basadas estratégicamente en acciones y labores, de dos o más personas, cuyas causas y efectos son superiores a la suma de los corolarios individuales, a saber, comprensión mutua y escucha atenta, que propicie un clima de confianza lo bastante fiable como para solventar hasta lo que pueda parecer imposible. Se puede si se quiere. Óscar Izquierdo.
