Cuando hacemos referencia a la palabra fantasma, no la aplicamos a su acepción literal de persona envanecida o presuntuosa, no cabe duda de que hay muchas en todos los lugares, por lo que sería prolijo detenernos a dar más explicaciones sobre las mismas y la antipatía que crean a su alrededor. Tampoco nos paramos a contemplarla en su definición de imagen de una persona muerta que, según algunos, se aparece a los vivos, donde se acentúan los aspectos patéticos o sentimentales, siendo demasiado melodramático. La aplicaremos, a una especie de forma figurativa, a saber, una visión quimérica como la que se da en los sueños o en las figuraciones de la imaginación. Para decirlo más claro, al que dice que está, pero que después no aparece por ningún lado.
Vamos a poner un sucedido, quien lo estime que así lo acepte y el que sea escéptico que lo deje de lado, pero de inventores no tenemos nada, todo lo contrario, ver para creer. Se solicita formalmente una reunión con un director general del Gobierno de Canarias, se fija día, hora y lugar para que se celebre dicha reunión, la cual se realiza con la presencia del cargo público respectivo y de las personas que llevan un asunto a dilucidar, era media mañana, en pleno horario laboral. Se plantea la problemática y llega el momento que hay que ponerse en contacto con el jefe de servicio, porque el asunto necesita la participación ineludible del técnico capacitado y conocedor del tema a tratar, dándose la casualidad, que mala suerte, que ese día no está en la Consejería presencialmente, sino que estaba telebrajando. Se intenta por todos los medios, tanto telemáticos, telefónicos, con palomas mensajeras o a través de la telegrafía, ponerse en contacto con el susodicho empleado público, aunque se insistió bastante no hubo manera. La gestión tiene que suspenderse y dejar la cuestión en el aire, con el consabido perjuicio que eso significa para una empresa, porque el tiempo si es fundamental en la iniciativa privada, aunque en la Función Pública es precisamente lo menos valorado.
La cuestión grave en este caso concreto y en otros muchos similares, que se dan diariamente es que, si se está teletrabajando, en el horario que corresponde, como mínimo debería estar el funcionario a disposición, no sólo de los ciudadanos, eso es pedir demasiado, sino como mínimo y con más razón, por lo menos de sus inmediatos y directos jefes políticos. Pues no sucede, además lo grave es que no son casos aislados, sino precisamente todo lo contrario, la normalidad establecida para el que se queda en casa es que no responde, no está localizado, pero se sabe que existe, convirtiéndose en un verdadero fantasma.
La controversia surge al comprobar que no existe ningún tipo de control de si en el sofá hay alguien, pero aumenta si cabe, cuando se produce el caso de que estuviera, pero sólo virtualmente y nunca mejor dicho cuando nos referimos al teletrabajo, es decir, está, pero no está, clarísimo. Si no se respeta y menos se cumple la jornada de trabajo asignada, porque el empleado público desaparece en la nube, que en la teoría es donde se permite almacenar y acceder a datos a través de internet en lugar del disco duro del ordenador, pero en la practica es un lugar etéreo, apaga el ordenador y vámonos.
Lo que puede parecer un articulo chistoso en realidad es todo lo contrario, el reflejo fiel y espeluznante de un panorama vergonzoso que tiene que arreglarse de manera inmediata. La productividad tiene que ser medible y cuantificable certeramente. Oscar Izquierdo