No contamos con el personal suficiente que demanda la industria de la construcción para ejecutar con normalidad, en los plazos establecidos, las obras que estamos ejecutando o queremos comenzar. La paradoja es que, en la provincia de Santa Cruz de Tenerife, siempre salen, ineludiblemente, en las estadísticas oficiales, alrededor de unas quince personas en el paro adscritos a nuestro sector. Ya nos gustaría saber a nosotros dónde están, para contratarlos y que se pongan a producir. Puede ser, siendo un suponer, considerándolo como cierto o real algo a partir de los indicios que se tienen, que estén cobrando una ayuda oficial y “escondidos” bajo el paraguas de la “economía sumergida” que no hay manera de que se la pueda emerger. Todos no serán, pero sí la inmensa mayoría, sobre todo, en los oficios de especialistas en los distintos ramos del proceso constructivo.
El envejecimiento de la mano de obra en todos los sectores económicos es notable; en ninguno se está produciendo el cambio generacional de forma escalonada o habitual con los ritmos requeridos y queridos. Todo lo contrario, no es posible la sustitución de quien se va jubilando con la entrada de los jóvenes, porque no hay manera, en un porcentaje preocupantemente imperante, que quieran acceder al mercado de trabajo. Se han puesto sobre la mesa de estudio muchos factores que puedan explicar esta circunstancia, desde los aspectos meramente económicos hasta los más sofisticados vistos desde la perspectiva sociológica. No cabe duda de que todas las variables analizadas tienen una incidencia en la explicación del desafecto de muchos jóvenes para trabajar.
Una que se apunta es la desaparición, explicándola como una modernidad, desde las primeras etapas educativas de la puesta en acción, en los distintos planes curriculares, instructivos o modulares, de la significación empírica de las palabras: ESFUERZO, como empleo enérgico de medios costosos para conseguir algo; RESPONSABILIDAD, como la obligación moral de responder de algo o de alguien o de hacerse cargo de sus consecuencias; LIBERTAD, como derecho de un individuo a actuar libremente en un campo determinado; MÉRITO, como la acción de una persona que la hace digna de premio o aprecio; y SUPERACIÓN, como progresión continuada en el tiempo sin desfallecer aunque cueste. Si quitamos esos valores o como quieran denominarse, ya podríamos llamarlos virtudes en la actualidad, los cimientos de las apetencias personales no tienen fijeza suficiente, fortaleza necesaria y aguante permanente. Todo se diluye en el más que infausto aborrecimiento de cualquier actividad humana que signifique poner afán en lo que se hace, empeño verdadero en avanzar, ahínco en batallar sobre lo complicado, sumando sudor, sacrificio y brío.
Si partimos de esa base estructural, cuando los jóvenes llegan a la edad de incorporarse al mercado laboral, muchos no tienen los suficientes arrestos, ganas, ni competencias para afrontar la dura realidad de la entrada en el mercado laboral. Pero cuidado y para que quede meridianamente claro y así evitar susceptibilidades o maledicencia, los jóvenes no son los culpables, sino precisamente los damnificados y sufridores de un sistema educativo laxo, poco exigente, mimoso y claramente desincentivador de la meritocracia, entendida, sencillamente, como la pelea constante por una superación personal, que de seguro redundará en beneficiar al conjunto de la sociedad. Si a lo dicho añadimos la sobreprotección que demasiados padres ejercen sobre sus hijos, haciéndoles aumentar, sobre todo a los más ventajosos, la flojera que ya tienen incorporada desde los centros educativos, tenemos el cóctel perfecto de la ineptitud sobrevenida desde fuera.
Ejemplos de jóvenes responsables hay muchísimos, algunos destacados sobremanera; en ellos tenemos puesta la esperanza y el futuro. Oscar Izquierdo.