El teletrabajo está cayendo en desuso, con mucho descrédito, demostrado empíricamente. A nivel empresarial es indudable, desde la apreciación ciudadana, muy negativo. Su rechazo es mayoritario, a no ser por cuestiones puntuales de rendimiento, en algún asunto muy concreto o por razones personales de urgencia, que lo precisan para un periodo muy corto.
Los emperrados en seguir teletrabajando, exigiéndolo como un derecho, que por supuesto, no lo es, son cada vez menos, teniendo en contra a la opinión pública. Es, sobre todo, en la Administración Pública, donde algunos empleados públicos, prevalece la insistencia en mantener y aumentar esta forma operativa laboral, sin control de la productividad, desconociendo lo que se hace o se dice que se produce, como sucede actualmente.
Es significativo que empresas como Google y otras del mismo ramo a nivel global, apuesten de forma decidida, por asegurar que sus trabajadores acudan a su puesto de trabajo de manera presencial.
Parece, que la realidad, junto al control y medición del rendimiento, está haciendo que se acabe el chollo a los que quieren teletrabajar desde el sillón de su casa. Aunque también hay que reconocer, que los gandules, son iguales de ineficaces, tanto en el trabajo presencial como a distancia.