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España como sainete

Por Óscar Izquierdo

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Por Óscar Izquierdo | El sainete es una pieza teatral y musical breve que satiriza personajes y situaciones de actualidad insertos en una historia de enredos.  La expresión “la política como un sainete” es una metáfora crítica que compara dicha actividad pública con el disparate continuo. El antedicho género teatral breve, popular en España y América Latina, que como decíamos se caracteriza por su tono humorístico y a menudo burlesco, con personajes y situaciones exageradas, es una realidad empírica en nuestro país.

Todo se ha convertido en puro teatro barriobajero, un espectáculo continuado, cada día más aberrante y vergonzante, típico de los medios de comunicación sensacionalistas o de tertulias de personajes histriónicos, que no saben de nada, pero hablan de cualquier asunto por serio o importante que sea, con una facilidad pasmosa donde la ignorancia atrevida sale a resplandecer en cada palabra que pronuncian. La banalización de la política abunda en contextos donde prevalece el populismo más agresivo, la polarización sangrante o la corrupción generalizada y lo que es peor aceptada.

Es el universo de la propaganda gratuita, el marketing enlatado o la exageración tremebunda donde nada es creíble, porque todo está inserto en esa gran mentira, que es la política espectáculo o exhibicionista. Gestos grandilocuentes para llamar la atención, cueste lo que valga, aunque sea un adefesio. Mamarrachos por todos lados, personajes de cartón piedra, birrias andantes y sobre todo charlatanes, siendo su forma de comportarse el desatino y la ridiculez para mantenerse en el alero, es decir, estar en boca de todos, saliendo aquí y acullá para ganar protagonismo incluso a expensas de perder dignidad personal. Provocaciones mutuas horripilantes, junto a terribles ataques personales, sacando vergüenzas ajenas o titulares sensacionalistas que no tienen detrás consistencias ciertas, es la demagogia engrandecida a diosa triunfante como degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantenerse en el poder.

En escena encontramos al corrupto, el ingenuo, el fanfarrón, el aprovechado, el utilizado o para decirlo más claro, el mentecato o mema, que es precisamente todo lo contrario al que es listo o sagaz. Konrad Adenauer, el europeísta político alemán, sentenció que “hay algo que Dios ha hecho mal. A todo le puso límites menos a la tontería”. En España rebosa por todos lados, tenemos las bancadas de las distintas instituciones llenas de verdaderos totufos o totufas, que como mal menor, podríamos denominarlos personas tardas en comprender, que comenten atrocidades lingüísticas, gestoras, disparates legislativos, jurídicos, culturales, sociales y ya no digamos económicos. Pero no importa, siguen ahí, pase lo que pase, nadie dimite, ninguno se va, porque no es que se viva para el servicio público, que debería en razón significar dedicarse a la política, sino que se vive de ella, porque fuera de la misma no se tiene nada, se pasa mucho frio, demasiada hambre de protagonismo mediático.

Falta seriedad, escasea la responsabilidad y no hay un compromiso acertado y fiel al bien común, sino a los intereses personales, ideológicos o de partido. No es de extrañar que la política sea minusvalorada por la mayoría de los ciudadanos, es lógico, no dan ejemplo y el que dan es precisamente lo contrario de lo que deberían hacer. La desconfianza es máxima en la inmensa mayoría de la ciudadanía por la falta de transparencia y también al no percibir la independencia que debe tener cada poder, ejecutivo, legislativo o judicial o cualquier institución pública. Los valores han desaparecido en la mayoría de los que se dedican a lo público, sólo se mantiene el egocentrismo, mala cosa.

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