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¿Por qué no funciona, a veces, la terapia?

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Cuando una persona ingresa en terapia, el psicoterapeuta enfoca, en primera instancia, sus esfuerzos en conformar y enriquecer la relación terapéutica. La alianza terapéutica es el término adecuado que usamos los terapeutas, y es el pilar fundamental para que el trabajo terapéutico pueda sostenerse y progresar. Ahora bien, si este primer trabajo se cumple con creces y satisfactoriamente, ¿cuál es la razón por la que una terapia no funcione o que el consultante, después de 2 o 3 sesiones, decida no seguir?

Son muchas las razones.

Yo esbozaré las más comunes, y algunas no tanto.

La finalidad de este artículo es para que aquellos que decidan comenzar una terapia, al menos sepan los motivos por los cuales no funciona y cómo darse cuenta a tiempo cuando están perdiendo el tiempo y malgastando su dinero.

Enumeraré los motivos y luego los analizaré.

Primero.        El consultante es refractario a la terapia.

Segundo.      El marco teórico que usa el terapeuta no es del estilo que necesita el sujeto

Tercero.        El estilo de dar terapia por parte del psicoterapeuta no es el que el consultante le guste o agrade.

Cuarto.         El terapeuta no ha podido sostener la distancia adecuada con el consultante.

Quinto.         El consultante no logra comprometerse de la manera necesaria.

Sexto.          No se puede continuar con las sesiones por problemas ajenos a la

Séptimo.       La terapia necesaria es psiquiátrica.

Comencemos por el primero.

Que quiere decir “ser refractario a la terapia”? Es cuando al consultante no le hace efecto el trabajo terapéutico.

A veces es porque en realidad no entiende, por mucho que se lo expliquen, como es el mecanismo y dinámica del tratamiento.

Otras veces es porque toma el rol de desafiar al terapeuta, como si se tratara de una competencia de inteligencia.

También puede resultar que el consultante cree que le sirve la terapia, a pesar que el terapeuta tiene dudas de sus efectos, y que cada tanto lo testea, ya sea preguntándole, sea haciendo un resumen de lo acontecido hasta ese momento.

Si hay algo que debemos tener claro los terapeutas es que una persona cuando no quiere ser analizada es imposible progresar.

Cuando escucho que el consultante me dice que no va a cambiar porque a su edad ya es imposible. O a través de su discurso me deja entrever que simplemente no está dispuesto a cambiar, a pesar que es imperioso que ese cambio se dé, y lo sepa, esa terapia ya tiene fecha de caducidad.

Igual, yo sigo insistiendo usando diferentes técnicas exploratorias y de análisis. Sucede que cuando nos encontramos en un atoro de esas características lo adecuado es, antes de comunicarle al consultante que la terapia dio a su término, tomar otros caminos más indirectos, o establecer una fecha de término del tratamiento, como para presionar al consultante a que deba ceder y colaborar.

Muchas personas toman la terapia como espacio de distracción y descarga. Hablan  o se quejan y lamentan durante toda la sesión, sienten que son escuchados, y con eso les basta. Terminan por acostumbrarse a ese comportamiento y esa dinámica de sesión, aunque no sirva para nada. En estos casos se ha vuelto dependiente de la psicoterapia o del psicoterapeuta, o de ambos. Ha encontrado una zona de confort, y con esa conducta evita el sufrimiento que le produciría el revivir y analizar sus problemas. Suele pasar que este recurso de escape es el que viene usando gran parte de su vida, y como le brinda seguridad no lo quiere abandonar. Ahí viene el problema para el terapeuta, pues se introduce en un juego que le es ajeno, mientras que el consultante es un experto en el mismo, por lo que pretender jugar y ganarle es prácticamente imposible. La única solución es no jugar o cambiar las reglas del juego, o el mismo juego directamente. Si estos métodos no surten efecto, se está a riesgo de caer en un bucle que sólo llevaría a la repetición de una situación viciosa.

Vamos a un ejemplo. Tenemos un sujeto, el consultante, que comienza la terapia. A medida que van avanzando las sesiones y que la relación terapéutica se va afianzando, nuestro personaje va tomándose atribuciones que se salen de lo estipulado previamente. Comienza a llegar un poco tarde al principio y se va agravando con el tiempo, cada vez llegando más tarde, hasta el punto de tener que estar llamándolo para saber si va a venir o recordándole que tiene un turno tomado. Y aquí no sirve que se le cobre la tarifa aunque no asista, pues el dinero para él no le significa demasiado. En sesión confunde la relación terapéutica con amistad, teniendo que ubicarlo en cada ocasión. Al hacer esto no respeta la asimetría que debe existir entre ambos. Es claramente una persona que debe ser calificada como paciente y no consultante. Esta última denominación la utilizo cuando la persona está en crisis. La primera es para los enfermos con alguna clase de neurosis grave. De esta clase de pacientes uno puede esperar cualquier cosa, dentro de aquello que puede hacer un enfermo neurótico. Puede pretender hacer preguntas personales al terapeuta durante o fuera de la sesión. Podría no tomarse en serio las charlas reflexivas que suelen surgir en terapia, recurriendo a la broma como manera de escapismo.

Al principio parece que el psicoterapeuta pudiera conseguir algún progreso, pero al cabo de un tiempo esto es sólo ilusorio. Es solo la cáscara de la realidad porque con el tiempo volverá a surgir lo verdadero, el sujeto es refractario al trabajo terapéutico y al cambio. Seguimos en la próxima. Si tienen alguna consulta o sugerencia el correo de contacto es [email protected]

Serfilippo, Horacio Alejandro Gabriel.

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