Cuando las personas se encuentran con alguien, que manifiesta tener ataques de pánico, muchas no logran entender de qué están hablando. De hecho, quien lo soporta tampoco entiende bien por qué le sucede, solo sabe que no es agradable y que no encuentra manera de solucionarlo.
En la actualidad es uno de los problemas más complicados de solucionar, y el hecho de que se haya vuelto uno de los que tienen mayor índice de padecimiento, no ha ayudado en nada para encontrar mejores caminos para la curación.
Básicamente el ataque de pánico es lo que antes denominaban fobia. Lo que sucede es que los tiempos actuales la han ido modificando convirtiendola en una fobia social, pues la resultante de la sintomatología que le sobreviene al sujeto es el retraimiento social. Busca alejarse de aquellos lugares que le desencadenan los síntomas, y de a poco va achicando su círculo social (gente y lugares), hasta que solo puede estar en su casa, siendo este el único lugar que le brinda seguridad.
Cuando tenemos que enfrentar casos tradicionales donde encontramos, luego de algún tiempo de sesiones, que existe un evento traumático que actuó como hecho inicial, de la neurosis actual de nuestro consultante, ya estamos orientados respecto hacia dónde enfocar nuestro trabajo. Pero cuando tratamos con un ataque de pánico, no existe un evento traumático como desencadenante. Eso hace que nuestra labor sea más ardua, pues debemos hacer uso de otras herramientas. En general la terapia cognitiva conductual es muy útil para estos casos.
El sujeto que lo padece, debe necesariamente aceptar estar dispuesto a hacernos caso punto por punto lo que le indiquemos.
Aquí de lo que se trata es que la terapia va a constar de 2 espacios, tan importantes uno como otro.
El primero es el de la sesión propiamente dicha, que a su vez se dividirá en dos momentos. El primero es la parte reflexiva, que es donde se tratan las cuestiones de los pensamientos (cogniciones) del consultante y los aspectos teóricos-experienciales que debemos aportar los profesionales. El segundo momento será explicarle aquellos ejercicios que deberá poner en práctica durante la semana que separa una sesion de otra.
El segundo espacio, del que hablé al principio del parágrafo, se trata justamente de la puesta en práctica, por parte del sujeto de todas las indicaciones dadas y explicadas durante la sesión.
Por qué es tan importante que lleve adelante estos ejercicios? La premisa sobre la cual hago base, cuando trato con esta clase de problemas, es que la persona, así como tiene la capacidad de generar el ataque de pánico, él también tiene la llave para solucionarlo.
Esta afirmación es la base para que él comprenda que su conducta y sus pensamientos son los que generan, a través de un círculo vicioso, toda su sintomatología previa al ataque.
De cualquier manera, el trabajo en sesión es una constante lucha, del terapeuta por un lado y el del consultante por el otro. El psicólogo debe luchar para encontrar en esa maraña de síntomas, conductas y pensamientos, cuáles son los que actúan a favor de sostener el padecimiento del sujeto. También debe luchar para lograr sacar al padeciente de ese aislamiento que se autoimpone, y de esas conductas protectivas que a incorporado, como medio defensivo contra los embates de su patología. Recuerdo uno de mis casos en el que mi consultante no podía acercarse a su escuela. Tuvo que terminar el año tomando las clases en su casa.
Fue un año de arduo trabajo para lograr que de a poco pueda salir del aislamiento. Era tan grave su situación que, como toda fobia, había empezado a desplazarse, aquello que disparaba la sintomatología previa, hacia otras situaciones diferentes de la escuela. Por ejemplo, no podía estar en ambientes demasiado cerrados, aunque estuviera acompañado. Eso fue el segundo escalón después de comenzar su padecimiento dentro de la escuela. Es una escalera descendente hacia el aislamiento, si no se detiene antes. La otra lucha es del consultante con sí mismo, pues debe superar el miedo que le genera la posibilidad del surgimiento del ataque, pero para eso debe comenzar por confiar en el terapeuta y entregarse al cambio de conductas, abandonando los parapetos defensivos que ha incorporado, como parte de su rutina diaria. En el siguiente artículo seguiremos.