Por Elena Cañete, directora del centro de atención terapéutica Probosco.
Virginia Woolf, Simone de Beauvoir o Eva Perón son algunos de los nombres del feminismo. Mujeres que, en el pasado, lucharon por la igualdad de géneros. Mujeres que, en la actualidad, se han convertido en referentes.
El próximo viernes, 8 de marzo, otros millones de mujeres saldrán a las calles para continuar con su legado, denunciando las desigualdades que sufrimos hoy en nuestro país, reivindicando unos mismos derechos y avanzando en la lucha contra la violencia machista.
Mujeres blancas, como Hillary Clinton; mujeres con cuerpos que no siguen cánones de belleza, como Lena Dunham; mujeres negras, como Chimamanda Ngozi Adichie; mujeres pakistaníes, como Malala Yousafzai; mujeres escritoras, como Nuria Varela; mujeres lesbianas, como Ellen Page, o mujeres transgénero, como Laverne Cox. Todas mujeres, unidas por una misma causa. Todas mujeres, con nombres y apellidos.
No obstante, hay un colectivo, entre todas ellas, que parece que no lo tienen. Mujeres como el resto, pero que sufren cierto grado de invisibilidad en la sociedad en la que vivimos. Y pasan desapercibidas para cualquiera de los géneros: las mujeres con discapacidad intelectual.
Candelaria Pacheco quiere ser presentadora de informativos y Elsa González quiere ser conductora profesional, motivada por Carmen García, que es la encargada de trasladar a todas las personas usuarias de los servicios de Probosco durante las visitas y excursiones.
A Mónica Rivero le encantaría compartir piso con su amiga Maribel Aguilar, sin necesidad de tener que convivir con un grupo grande de personas que poseen capacidades intelectuales similares a las de ellas.
Candelaria, Elsa, Mónica y Maribel, al igual que el resto de personas, tienen sueños que anhelan y, sin embargo, puede que no lleguen a cumplir puesto que carecen de los recursos necesarios para acabar con la doble discriminación que sufren.
No obstante, y a pesar de que no todos los vientos juegan a su favor, existen algunos ejemplos que nos demuestran que estas mujeres son capaces de vencer la doble discriminación, con esfuerzo, como es el caso de Michelle Alonso, nadadora canaria paralímpica o Gloria Ramos, la primera actriz con discapacidad intelectual nominada al Goya.
Si alguna de las mujeres con discapacidad intelectual que conozco me pidiera consejo, le animaría a que persiguiera sus sueños para que pueda ser ella, en un futuro, la encargada de abanderar esta lucha invisible.
Si alguna de las mujeres con discapacidad intelectual que conozco pregunta cómo puede conseguirlo, se lo explicaré con nombres y apellidos. Con nombre y apellidos de mujeres como ella.