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El cementerio viejo

Por María de la Luz. A mi vista apareció un gran número de cruces de todos los tamaños, de pequeños y grandes mausoleos, de capillitas y de mucha vegetación conformada por frondosos árboles, floridas trinitarias y pequeños arbustos.

El Cementerio Viejo acaparó toda mi atención, mientras a lo largo de toda aquella avenida, el colectivo raudo y veloz, proseguía su marcha. Era grande, más grande de lo que mis recuerdos me habían permitido conservarlo en mi memoria.

La pared exterior que bordea todo el cementerio y que consiste en un entramado de hierro forjado, deja al descubierto todas las tumbas; las mas antiguas datan de finales del siglo XIX. Es un cementerio hermoso y sorprendente.

A lo lejos divisé “La Tumba del Aviador” (así era popularmente conocida en la ciudad). El pequeño avión colocado sobre un pedestal de mármol, encima de la lápida, resaltaba sobre todas las demás tumbas de alrededor. Me alegré de verla y de que todavía se mantuviera en pie.

Llamaron mi atención dos frondosas trinitarias que totalmente floridas de rojas flores, daban color al predominante blanco y gris de aquel camposanto.

Una sensación de soledad era la estampa que brindaba a mis ojos la vista de aquel cementerio enclavado en el centro de la ciudad y acto seguido, se vinieron a mi memoria algunos episodios de las visitas que de pequeña solía hacer al lugar junto con mi familia.

Se dibujaron en mi memoria escenas tales como la gran venta de flores a la entrada, muchas personas limpiando y adornando las tumbas de sus familiares muertos, velas y velones encendidos por doquier, días soleados y un cielo muy azul.

Siempre que íbamos me gustaba parar frente a la pequeña capilla que estaba en la tumba de un niño. A través de la reja solía mirar, por el rato que me lo permitía mi madre, todos aquellos juguetes y bolsas de caramelos que cuidadosamente colocados dentro de aquella pequeña casita, parecían estar eternamente destinados al niño dueño de aquella tumba. El lugar siempre estaba limpio y ordenado como si alguien, la madre quizás, acabara de hacer la limpieza justo cada vez que yo iba.

También recordé la tumba de mis abuelos. Allí no había ni monumento, ni mausoleo, sólo una lápida y sobre ella una cruz y un pequeño libro de cemento con el nombre de mi abuela paterna y una fecha, 1960.

El colectivo avanzaba y el cementerio pasaba rápido a mis ojos, me percaté de no ver ni una persona dentro del lugar, lo que me llevó a pensar con nostalgia que quizás estaba cerrado al público y que ya por seguridad, ni siquiera permitían la entrada de los familiares de los allí enterrados sino ciertos y determinados días del año, lo que comprobé mas tarde.

Repito, es un cementerio hermoso y sorprendente, considerado Patrimonio Histórico y Cultural de la Ciudad, pese al abandono que se evidencia en él y a la lamentable desidia de la que ha sido objeto por parte de las autoridades municipales.

En el Camposanto de Bella Vista, ese es su nombre, hay tumbas que datan de 1884, 1885, 1890, 1891, 1893 entre las mas antiguas, de familias de renombre del acontecer político y cultural de Barquisimeto.

Y mientras el colectivo seguía su marcha y dejaba atrás la vista del Cementerio, recordé que estamos de paso, que donde quiera que nos encontremos y sea lo que sea que estemos haciendo en la vida, siempre estamos de paso.

Me quedé con la sensación de que fue muy grato ver de nuevo, así de esa manera, a través de la ventanilla  y después de tanto tiempo el Cementerio Viejo de mi ciudad, porque paradójicamente, ese lugar que guarda la muerte, revivió en mi, tiempos felices de mi niñez.

María de la Luz (Barquisimeto, 03 de Noviembre de 2015).

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