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Alumbramiento volador

Por Juan Carlos Tacoronte.

Su abuela enterró en el patio la vida, justo debajo de las flores de Mundo y la Piel de tigre. Allí en un rejo de sábana gastada junto a la placenta; lo puso bien enterrado para que los perros no la desenterraran.

El chiquillo nació prematuro y andaba la luna llena más rabiosa que nunca con ese cerco encarnado. Como no resollaba la madrina, Hermina Gorrín agarró el chiquillo y lo tiró al aíre para que se le quitara el desmorecimiento. Fue peor el remedio que la enfermedad.

Esa vieja tuerta de nacimiento no acertó al recogerlo y el chiquillo se quedó dando tumbos como si fuera de goma. Aquello no fue una tragedia porque con los rebotes que daba, el chiquillo pegó a reírse como un viejo. Todas las que estaban allí se santiguaron viendo aquel fenómeno.

Llamaron a la guardia civil. Seguía rebotando pero la autoridad al ver aquello rebotes se quedó en el sitio. Vino don Lázaro el dueño de casi todo y de la impresión le dio hasta fatiga, tuvieron que ponerle silla y darle a oler ruda para que volviera en sí.

El chiquillo seguía rebotando pero ahora hacía jerigonzas y abanaba con las manos como queriendo volar. La madre lo miraba orgullosa pero con temor por verlo así. Mandaron a llamar al padre cura.

Don Alfonso de negro riguroso llegó con el agua bendita y el hisopo. Allí se puso el cura emérito a sacudir el instrumento de plata. Hasta se hizo un charco de tantas veces que sacudió repitiendo aquella retahíla en latín. No había manera de que la criatura se posara en alguno de los atrabancos de la casa.

El cura decía que aquello era cosa del demonio, la abuela le repetía a la madre del fenómeno que tampoco era para tanto, qué lo que tenía era que le había nacido con hormiguilla. Zenón el de Águeda la del Bailadero dio tan fuerte brinco que lo agarró en el momento que ya salía volando como una coruja por el ventanillo.

El hombre era bien flaco y se vio que el prematuro tenía alma de cernícalo porque se lo llevó colgando por los tobillos. Detrás salieron corriendo la autoridad, la abuela de la criatura, don Alfonso con el hisopo alzado y el resto de la vecindad que ya comenzaba a colmar el patio.

A fuera la noche estaba llena de luceros. El chiquillo se posó en las ramas de una higuera. Zenón alcanzó tan fuerte taponazo que perdió el conocimiento. Entonces la abuela mandó a parar el cotarro que se había armado alrededor de aquel acontecimiento tan estrambótico.

La vieja arrancó a cantar un arrorró y allí mismo la criatura se quedó embelesada en una oquedad del tronco. En esas, la abuela con gran determinación trepó y cogió al chiquillo. La madre dijo_ ¡Fuerte chiquillo desinquieto! Y le dio dos besos estrellados que retumbaron en el valle.

Juan Carlos Tacoronte, nace en Buzanada, Arona, Tenerife. Comienzo mi formación como actor en la Escuela de a Actores de Canarias. Siguiendo una formación continua en Madrid y Barcelona.

 Blog de Juan Carlos Tacoronte

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